Este libro editado en Pamplona, editorial Navarra, en el año 1948, tiene 311 jugosas páginas llenas de rasgos, gestos, episodios, cartas privadas, y un largo anecdotario de los voluntarios navarros, leyendo el cual mons. Marcelino Olaechea Loizaga, siendo arzobispo de Valencia, escribió al final de su introducción: "Que en un mundo que se hunde en la materia sean estos episodios, anécdotas y cartas un oreo y aliento del espíritu".
Nosotros, contemplando no sin tristeza lo ocurrido desde esa fecha hasta hoy en nuestra patria España, podemos constatar el triunfo de quienes tergiversan el pasado y el odio que rebrota en algunos corazones, así como el dominio de las mentes por la propaganda que tiene todos los medios de comunicación y los fondos de las instituciones públicas a su alcance. Esto no es continuidad con un pasado que todos habíamos situado equilibradamente en su lugar a beneficio de un futuro en concordia ya logrado en su día, sino que es una novedad provocada artificialmente por el cálculo de ideologías de combate. Pocos son los que se sustraen a dicha propaganda manteniendo su pureza y libertad.
Pues bien, el error y el odio pueden triunfar temporal y aparentemente, pero no convencen. Algo hay en el hombre que -a la larga- olfatea los errores para identificarlos, atraído por otra cosa... que es la verdad que por otro lado él debe descubrir con cuidado y atención. Y atraído también y más todavía, por el esfuerzo heroico de quienes, hombres del pueblo y alpargata, dieron todo de sí a cambio de nada. Incluso que ganaron la guerra y perdieron parte de ellos mismos en la paz. Tras la lucha se volvieron a sus casas con el deber cumplido. La verdad lisa y llana, y el corazón limpio de quienes ofrecieron su vida por salvar la religión católica de la persecución, atraen como va la abeja al panal.
En las guerras, sobre todo si son entre hermanos, se cometen graves pecados en todas las retaguardias. En España los hubo, y no piense el lector que sólo en el lado Nacional sino más y con muchísima más saña en el revolucionario. Hay muchos ejemplos patentes de triste recuerdo. Sabemos que esto no excusa a nadie. También hubo asesinatos en Navarra, lo que supuso el rechazo de muchísima gente de bien ya por entonces. El jefe regional carlista Ignacio Baleztena exigió, a finales de julio, que ningún carlista cometiese actos de violencia en retaguardia, dejando la justicia necesaria a las autoridades militares siempre bien ponderadas. A diferencia de lo que algunos pretenden hacer recordando horrores del pasado, estos no pueden ocultar la limpieza y el heroísmo en el frente de combate de más de 40.000 navarros -requetés, soldados y falangistas- en defensa de la religión, ni ocultar tampoco los motivos extremos de la sublevación, o bien la entereza de la Diputación Foral de Navarra a la que la generalidad de navarros siguió. Ya sabemos qué decía la propaganda de guerra contraria a los voluntarios, pero también hay constancia de la admiración que los requetés causaban a unos y a otros como a Indalecio Prieto. Defendían la religión, a Dios Jaungoikoa en los corazones, en sus familias, escuelas y asociaciones..., que querían conservarlas en Su servicio. La vida del hombre "sabe" a eternidad y necesita la Redención por quien es Justo y misericordia. También defendían su patria de caer en la terrible espiral de la Revolución como ocurrió en Rusia tan sólo veinte años antes. No diremos más. Ya dijo Manuel Azaña: "piedad y perdón". Los tradicionalistas no lo hemos olvidado.
A título particular, un ejemplar del libro arriba citado firmó y dedicó el autor a Tiburcio Garralda Argonz, párroco de Orcoyen (Navarra). Dice así: "A Dn. Tiburcio Garralda con el mayor afecto esperando que el agrado y la emoción le acompañen al leer este libro. Cordialmente, Francisco López Sanz. 22-4-949. Tiburcio Garralda. Orcoyen 30 abril 1949" Sello: Tiburcio Garralda Argonz. presbítero". De sus sobrinos, Jaime fue asesinado en San Sebastián al comenzar la guerra, Teodoro fue voluntario requeté, un tercero ejerció a la vez de médico en Madrid, y Luis, el más pequeño de la familia, todos los días acompañaba al ama Rosa Goyena Cruchaga -ya viuda-, quien a sus 52 años subía la empinada cuesta que conduce a la cima del monte Musquilda para rezar por sus hijos a la Virgen del santuario.
Una vez más recordamos a Cicerón, cuando decía que la verdad se corrompe tanto con la mentira como por el silencio.
De todos es conocidos que los nacionalistas que había en Navarra -al menos en ésta sabemos que eran pocos- y Álava se sumaron a la sublevación, y que apellidos conocidos en Navarra como nacionalistas ingresaron en los tercios de requetés. Todo esto corresponde a un ayer lejano, pero algunos se empeñan en revivirlo como si fuese el otro día y quién sabe si volver torpemente a él.
Fermín de Musquilda
Pamplona, 1-VIII-2017
No hubo en el bando del Frente Popular manifiestos contra la represión como el firmado por el carlista Joaquín Baleztena o el firmado por el falangista Manuel Hedilla en la España Nacional. El revanchismo que vomitan en la actualidad "!as izquierdas" son a modo de pan y circo, como hacían los romanos, para distraer sus políticas antisociales que han llevado a cabo en sus gobiernos.
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