Opinión
https://www.tradicionviva.es/2020/09/17/la-cruz-del-valle-y-las-heridas-del-combate/
Tradición Viva
La Cruz del Valle y las
heridas del combate
Asistimos
a la segunda fase del proyecto de “borrado” del catolicismo en España. Aquellos
que permanezcan tibios, silenciosos y/o falsamente prudentes mostrarán tener su
corazón y su alma más cerca de la bandera de la Revolución que de la bandera de
la Contrarrevolución, ya no serán de los nuestros.
La Revolución tiene un único objetivo final (todo el resto de objetivos son instrumentales): LA CRUZ. Y es que
la Revolución está al servicio del ángel
caído, que se negó a reverenciar a Cristo y
desde entonces combate con todas sus fuerzas para hacer ineficaz el Sacrificio en el Santo Madero.
La Revolución es fría, calculadora y metódica, y aprende de sus propios
errores. Por eso no suele presentarse nunca en su versión
más agresiva y descarada (como hizo en el pasado), pues
sabe que cuando muestra de una vez toda su rabia y odio (pues la Revolución es
constitutivamente odio) provoca la reacción de lo que aún queda de sano en lo que antaño fue la Cristiandad.
Por eso anda cautelosa y actúa por pasos. Por eso fueron tontos útiles aquellos
que ante la profanación de los restos del General Franco se
mostraron tibios e inactivos. Alegaban estos de todo: que si no eran
franquistas, que si fueron antifranquistas, que si el traslado tenía que llegar
antes o después, que si solo era un traslado de un enterramiento a otro, que si
preferían no meterse en política, etc. Por ignorancia o por cobardía no supieron ver que los ataques de la supuesta Memoria
histórica y los ataques a Franco no tenían por
objeto la figura personal del General, sino lo que
la misma representa, que es la de la
España católica que supo resistir en 1936-39 el embate
del internacionalismo ateo. Y es que guste o no guste, la historia fue como
fue, y Franco fue el Generalísimo de los Ejércitos que finalmente ganaron la
guerra. Una victoria que no fue solo de Franco, ni del Ejército profesional,
sino que fue primeramente de los santos y mártires
que derramaron su sangre sacrificados por el odio a Cristo; en segundo lugar del pueblo español mismo, que se levantó como un hombre ante la barbarie republicana (allí se
encuentran los requetés, y los
falangistas, y los españoles sin obediencia a sigla ninguna que se presentaron
voluntarios para ir al frente); y en
tercer lugar a aquellos militares que se mantuvieron fieles a España.
Así pues, el traslado de los restos de Franco era el primer paso. El segundo, la retirada de los monjes y la
“resignificación del Valle”. Y el
tercero y último la demolición de la Cruz, que a todos llama y abraza. Si los
españoles hubieran reaccionado varonilmente cuando se retiraron los restos de
Franco, la Revolución, por temor, no
hubiera dado su segundo paso. Sin embargo,
como la cobardía y el resentimiento anidaron en el alma y los corazones de los
que debieran haber salido en su defensa, la
Revolución ha visto el campo allanado para proseguir su camino.
La cobardía anidó en la Iglesia jerárquica y en gran
parte de la militante, que alegaron no querer meterse en
política, olvidando que enterrar a los muertos y respetar sus restos no es
ningún acto político, sino obra de
misericordia corporal. Los malos quisieron realizar una
profanación, los buenos no tenían que meterse en política: simplemente tenían
que haber protestado por la profanación. Y hasta donde hubieran podido haberla
intentado evitar.
Otra parte de la Iglesia militante, que no es cobarde, sin embargo se dejó
llevar por el rencor. Y como fueron o se sintieron (con razón o sin ella, pues
eso es una cuestión histórica intrascendente a estos efectos) perjudicados por la
labor política de Franco alegaron
su “antifranquismo” para justificar su inacción. Pusieron sus pasiones por delante de sus
obligaciones de misericordia.
Y otra parte, finalmente, se dejó llevar por el “purismo” político,
doctrinal, histórico, etc… ese purismo que tantas veces esconde sólo la defensa de una manera
confortable de vivir en medio de la Revolución, aprovechando las prebendas que la misma otorga, pero aparentando
mantenerse el corazón puro, siendo lo más cierto que su corazón solo está
invadido por el orgullo, que es precisamente el motor del odio revolucionario.
Los cobardes, los puristas y los rencorosos se
forzaron a esperar, para sus adentros, que la ofensiva no
fuera a más, creyendo que su cesión contentaría a la Revolución, negándose a
admitir lo que en el fondo su conciencia les dice: que la Revolución no se
contenta con ejecutar solo una parte de sus planes, sino que siempre tiende a
la victoria total: a la supresión de todo lo que tenga aun
siquiera un pequeño asomo de cristiano.
Ahora asistimos a la segunda fase del proyecto de
“borrado” del catolicismo en España. Y la mayor
parte de los que debieran hablar y reaccionar no lo harán… y acabarán perdiendo
los últimos restos de autoridad que les queda, pues en el campo moral la autoridad es tal si va acompañada
de santidad, ejemplaridad, integridad y valor. Los obispos,
los sacerdotes, los monjes y los fieles en general convirtieron a los paganos y
a los bárbaros no por su poder, sino por la
autoridad moral que les deba su cumplimiento fiel de la Ley de Dios. Es más, en el fondo, la descristianización de Occidente no tiene por
causa inmediata los ataques de la Revolución, sino precisamente la desafección en sus actitudes y acciones de los que
debieran haber sido ejemplares.
En cualquier caso, en este segundo embate se verá
quien está auténticamente por el Reinado de Cristo. Aquellos que permanezcan tibios, silenciosos y/o falsamente prudentes
mostrarán tener su corazón y su alma más cerca de la bandera de la Revolución
que de la bandera de la Contrarrevolución. Por tanto, los
contrarrevolucionarios ya sabremos con quiénes no podremos contar, pues aunque hubieran salido de los nuestros, no son de los
nuestros.
Desde Tradición Viva queremos ponernos a disposición
de todos aquellos que de verdad son sabios. Y sabios
solo son los que saben cuál es el camino de la salvación eterna: la lucha en el buen combate. San Pablo ya nos dijo que hay que ser «soldado de Cristo» y
el libro de Job ya nos anticipó que «Militia est vita hominis super
terram, et sicut dies mercenarii dies ejus» [Milicia es la vida del
hombre sobre la tierra, y como días de mercenario son su días]. Por eso ofrecemos nuestro medio como altavoz para
difundir la Verdad en su integridad. Quien
quiera colaborar con nosotros en esta labor, bienvenido sea. No le ofreceremos
cargos, ni reconocimiento social, ni dinero, ni fama. Pero le ofreceremos mil batallas en la guerra cultural
contrarrevolucionaria. En ellas podrá combatir y
llenar su cuerpo de cicatrices que serán contadas el día del
Juicio Final, de forma que cada minuto robado al ocio, cada esfuerzo realizado, cada gota de sudor vertido, serán multiplicados y transformados en Gloria en la
vida eterna.
Así sea.
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