Opinión
Aquí falta mucha memoria y democracia. Más que una ley, esto es corrupción de la ley. Pues bien, por su excepcionalidad tomamos este artículo de la FNFF, relativo a la ley de memoria democrática.
La ley de memoria democrática.
por Fernando Suárez González.
Tomado literalmente el 20 de febrero de 2023 de Redacción FNFF
FERNANDO
SUÁREZ GONZÁLEZ.
De la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Después de meses anunciándola y haciendo referencia a los concienzudos
estudios, análisis e informes que iban a fundamentar su ecuanimidad u su
solidez, el 21 de octubre ha entrado en vigor la Ley 20/2022, el 19 de octubre,
de memoria democrática. No puedo comentar aquí las trece páginas de su prolijo
preámbulo ni las cuarenta y una que ocupa el texto legal, pero si puedo hacer
constar, de entrada, que me parece tan merecido como natural el recuerdo de que
el Partido Popular se sumó el 20 de noviembre de 2022 a la condena del Régimen
de Franco, con una torpeza difícil de justificar.
Mi opinión sobre esta Ley puede resumirse diciendo que, compartiendo mu
sinceramente el propósito de que todas las víctimas de la guerra civil
encuentren su digno enterramiento, el principio de verdad, invocado en el
artículo segundo como uno de fundamentales de la Ley, podría más bien haberse
denominado el principio de las verdades a medias. Las pruebas no son escasas.
El último período democrático anterior a la Constitución de 1978,
protagonizado por la segunda República Española y sus avanzadas reformas
políticas y sociales -dogmatiza el legislador- fue interrumpido por un golpe de
Estado y una cruenta guerra civil que contó con el apoyo de unidades regulares
de las Fuerzas Armadas de Italia y Alemania. Algo después se reconoce también
la participación de la Unión Soviética como potencia extranjera, pero es
manifiesta la pretensión de convertir la guerra civil en un ataque a la
democracia respaldado por nazis y fascistas, mientras los comunistas la
defendían. La consideración de la segunda República como un período democrático
no pasa de ser una ensoñación. La Ley de memoria democrática no recuerda que en
los sesenta y tres meses y cuatro días que duró, España conoció dieciocho
gobiernos, veintiún estados de excepción, veintitrés estados de alarma, y
dieciocho estados de guerra y no recuerda tampoco la declarada intención de
construir una República exclusivamente de izquierdas. Lo proclamó abiertamente
Manuel Azaña, cuando era ya Ministro de Guerra, en su discurso del 17 de julio
de 1931: Ante las derechas republicanas, nosotros nos desplegamos en frente de
batalla y por todos los medios lícitos en la lucha política estorbaremos su
advenimiento al poder.
Tampoco puede aceptarse sin matizaciones la legitimidad del Frente Popular.
Ni de origen, ni de ejercicio. En cuanto al origen, nunca se publicó el verdadero
resultado de las elecciones de febrero de 1936 y sólo en el año 2017 se
demostró terminantemente el fraude y, respecto del ejercicio, valgan por todos
dos testimonios nada sospechosos: el nacionalista vasco Manuel de Irujo, que
aceptó ser Ministro de Justicia en el gobierno de Negrín, de 1937, describía en
marzo de 1936 una situación escalofriante, en la que se mascaba el estampido:
en Madrid, Extremadura, Andalucía y Levante se queman iglesias, conventos,
fábricas, almacenes, casinos, casas particulares, archivos del Juzgado y del
Registro. Se hace salir desnudas a las religiosas se las somete a un trato que
no se da a las mujerzuelas profesionales. Después de deshonrar a las hijas y a
las esposas, son paseadas en pica las cabezas de sus maridos y padres por
oponerse al “regocijo”…Se asaltan y ocupan fincas por alcaldes, asociaciones o
bandas de pistoleros y se asesina a la Guardia Civil.
Nadie, en fin, se atreverá a cuestionar el inapelable testimonio del
Presidente del gobierno. El 17 de marzo de 1936, Manuel Azaña escribe a su
cuñado: Antes de contar más cosas, intercalo mi negra desesperación. Hoy nos
han quemado Yecla: Siete iglesias, seis casas, todos los centros políticos de
derecha y el Registro de la propiedad. A media tarde, incendios en Albacete y
Almansa. Ayer, motín y asesinato en Jumilla. El sábado, Logroño; el viernes,
Madrid; Tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas… Han apaleado, en la
calle del Caballero de Gracia, a un comandante vestido de uniforme, que no
hacía nada. En Ferrol, a dos oficiales de artillería, en Logroño acorralaron y
encerraron a un general y cuatro oficiales… Lo más oportuno. Creo que van más
de doscientos muertos y heridos desde que se formó el gobierno -es decir, desde
un mes antes – y he perdido la cuenta de las poblaciones en que han quemado
iglesias y conventos.
La referencia a un único golpe de Estado ignora el que dos años antes
habían preparado los socialistas y sus líderes Prieto y Largo Caballero. Su
detenida programación está publicada por el propio Partico Socialista,
excluyéndose así cualquier suspicacia calumniosa. La Ley de memoria democrática
ignora el acuerdo explícito del PSOE y de la UGT de organizar un movimiento
revolucionario y que Largo caballero se inspiraba en el modelo bolchevique y
anticipó reiteradamente su propósito de ir a la guerra civil. ¿Cómo puede
negarse que se intentó un golpe de Estado? ¿Cómo puede negarse que la
proclamación del Estat catalá por Companys, a quien condenó a treinta años de
reclusión mayor el tribunal de garantías Constitucionales, fue un verdadero
golpe de Estado? No son opiniones sectarias de los adversarios del socialismo:
El Tribunal Supremo, en su sentencia del 16 de febrero de 1935, consignó que el
propósito de los revolucionarios era el de reemplazar el gobierno republicano
establecido por la Constitución por otro gobierno anticonstitucional.
La pretendida defensa de la democracia por las fuerzas soviéticas enviadas
a España, no resiste el más superficial análisis. Bastaría reproducir la
fotografía de la Puerta de Alcalá con el escudo de la URSS u sus tres arcos
centrales ocupados por gigantescas fotografías de Stalin y dos de sus jerarca,
en homenaje al XX aniversario de la revolución soviética, para que nadie
tuviera el impudor de sostener que quienes defendían Madrid al grito de ¡no
pasaran! Estaban defendiendo democracia alguna. Nadie solvente niega que la
victoria del Frente Popular hubiera supuesto la instauración en España de un
régimen comunista. El Komintern -escribió Willy Brandt, luchador en el bando
republicano- tenía el insensato objetivo de aniquilar a todas las fuerzas que
no quisieran unirse a él.
Naturalmente, si los combatientes republicanos no luchaban por la
democracia, es una superchería añadida que las Brigadas Internacionales, a
cuyos integrantes se otorga la nacionalidad española, vinieron a luchar también
por la democracia y contra el fascismo. El desmontaje de esta falsedad tampoco
requiere gran esfuerzo, porque está terminantemente claro que vinieron a
colaborar en la implantación de la dictadura del proletariado. Las Brigadas
Internacionales -dijo Manfred Stern, el comunista austriaco jefe de la XI
Brigada, a quien llamaban general Kleber- son parte integrante del verdadero
Ejército Rojo soviético; son su fuerza de asalto. Estas brigadas están a
disposición del Komintern y al terminar la guerra española serán utilizadas en
la forma que el Komintern juzgue oportuno. Aunque los redactores tampoco lo
recojan en el Informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa,
adoptado en París el 17 de marzo de 2006 y cuya autoridad invocan, se reconoce
precisamente que las Brigadas Internacionales fueron organizadas y dirigidas
por el Komintern.
El sectarismo del referido Informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo
de Europa queda de manifiesto con el solo dato de que reduce la terrorífica
revolución de 1934 a una insurrección de los mineros de Asturias que fue
aplastada por las tropas al mando de Franco. Es una manipulación inadmisible
considerar la revolución de 1934 como una insurrección de los mineros de
Asturias, ignorando su repercusión en Cataluña, en Santander, en Madrid, en
Ciudad Real, en Alsasua, en La Carolina…Por poner un ejemplo, en Guardo y en
Barruelo (Palencia) se produjeron varios asesinatos, entre ellos el del
Director del Colegio de los Maristas, Plácido Fábrega Juliá, beatificado como
mártir en el año 2007. Por los demás, el nombre de insurrección es muy poco
adecuado para una revolución de cuyas atrocidades hay testimonios
estremecedores: En Mieres mataron a todos los guardias de asalto que estaban en
su cuartel, y según informó el Nuncio Apostólico en Madrid, Federico
Tedeschini, al Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Pacelli, en Asturias
fueron asesinados treinta y un sacerdotes y religiosos, además de los ocho
hermanos de las Escuelas Cristianas de Turón. Parecía -escribe el Nuncio- que,
en vez de seres humanos, hubieran salido de la profundidad de las minas furias
infernales. Melquíades Álvarez dejó dicho que en aquella revolución se
cometieron crímenes de tal naturaleza y de tal ferocidad que, con solo
recordarlos, el sentimiento de piedad se ahuyenta de las almas más generosas y
clementes y el socialista Fernando de los Ríos la definió como la más violenta
perturbación social de que tiene noticia la historia del mundo moderno.
No hay, sin embargo, en el proyecto de Ley la menor alusión al punto núm.
14 de ese mismo Informe del Consejo de Europa en el que se dice que en vísperas
de la guerra civil, el país estaba sumido en el caos; las huelgas eran
frecuentes oficiales, durante este período trescientas treinta personas fueron
asesinadas y mil quinientas once heridas en enfrentamientos políticos. Se
cuenta en la misma época doscientas trece tentativas de asesinato, ciento trece
huelgas y la destrucción de ciento sesenta edificios religiosos. Considerar que
estábamos en un período democrático no se compadece con la verdad. Tampoco se
compadece con la verdad que la época objeto de análisis y estudio comience el
18 de julio de 1936 y excluya así algo tan trascendental como el asesinato de
jefe de la oposición parlamentaria, José calvo Sotelo, por fuerzas de orden
público, tres días antes del alzamiento. Lo oculta también el reiteradamente
aludido informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa que, en su
punto 15, admite que Franco, después de haberse negado durante algún tiempo a
conspirar contra el gobierno, se aproximó a los rebeldes en el verano de 1936,
pero no explica el motivo.
Los autores del proyecto demuestran gran interés en involucrar a la
Organización de las Naciones Unidas en los propósitos del Gobierno y de ahí su
referencia a la Resolución 39 (1) de la Asamblea General de 12 de junio de
1946. Cualquier lector poco avisado, sobre todo si es joven, aprenderá que en
tal Resolución se condena a España y se la excluye de la ONU, por considerar
que su Régimen es una dictadura de carácter fascista, impuesta al pueblo
español por la fuerza con la ayuda de las potencias del Eje, pero -de nuevo la
verdad a medias- no sabrá por qué ese mismo Régimen, el mismo, fue admitido en
la ONU por la resolución 995 (X), de 14 de diciembre de 1955. A los redactores
de la Ley de memoria democrática les resulta útil subrayar el primer dato y
prescindir absolutamente del segundo.
Por otra parte, la también invocada Resolución 60/147, de 16 de diciembre
de 2005 es traída a la cuestión porque conviene a los redactores, pero tiene un
carácter absolutamente general y la palabra España no aparece ni en el texto ni
en su anexo.
Algo parecido ocurre con el sobrevalorado Informe del activista Pablo de
Greiff, que no pasa de ser un relator especial de Naciones Unidas, que visitó
España del 21 de enero al 3 de febrero de 2014 y cuyo Informe se distribuyó en
la Asamblea General el 22 de julio de ese mismo año, sin que conste que alguna
autoridad, individual o colegiada, de la Organización haya adoptado decisión
alguna. Resulta pintoresco que siendo absolutamente infrecuente que se citen
nombres propios en los preámbulos de las Leyes españolas vaya a ser una
excepción ese oscuro funcionario colombiano.
También es una verdad a medias que el exilio que se desea reparar se produjera
durante la guerra civil y la dictadura. Ya expliqué en otro artículo que Pedro
Salinas, Ortega, Pérez de Ayala, Clara Campoamor, Marañón, García Morente, la
familia Carande, Juan Ramón Jiménez y miles de ciudadanos anónimos se habían
ido al exilio huyendo del Frente Popular. Algo parecido puede concluirse
respecto de la afirmación de que los símbolos públicos deben tener como
finalidad el encuentro de los ciudadanos en paz y democracia y nunca una
expresión ofensiva o de agravio. ¿Podría el Gobierno precisar a que ofende o
agravia el recuerdo del heroico Moscardó y por qué la estatua de Largo
Caballero es símbolo de paz y democracia? No puedo menos de recordar que yo
mismo la consideré expresiva del espíritu reconciliador de la transición,
espíritu que destruyó Zapatero derribando la de Franco. No hay palabra distinta
de la revancha para calificar la retirada de condecoraciones o títulos
nobiliarios, rectificando cuarenta y tres años de historia. ¿Puede considerarse
ejemplo de lealtad al Rey obligarle a derogar disposiciones libérrimas de su
augusto padre? ¿Qué clase de participación en la sublevación o en la represión
tuvo la Condesa del Castillo de la Mota? ¿Por qué su título supone una
exaltación de la guerra o de la dictadura?
Por fin, la obsesión con el Valle de los Caídos: A tenor del artículo 54.3
del proyecto, las criptas adyacentes a a la Basílica y los enterramientos
existentes en la misma tienen carácter de cementerio civil. ¿Cree el Gobierno
que se puede adoptar tal decisión, despreciando el criterio de las familias de
miles de católicos sepultados allí, que son sin duda la inmensa mayoría? ¿Sería
aceptable que un hipotético y alucinado gobierno de derechas decidiera
convertir al catolicismo el cementerio civil de Madrid, donde reposan Pablo
Iglesias Pose, Besteiro o Largo Caballero? Va a ser un singular cementerio
civil, coronado por la mayor cruz del mundo. ¿O es que la piensan destruir?
Aquí es inevitable recordar la Carta Apostólica Statt Crux, de Pio XII, de
1958 en la que se reconoce que Franco inspiró tan prodigiosas obras a fin de
levantar un monumento a la memoria de cuantos, por una causa o por otra,
entregaron su vida y sucumbieron en la guerra civil. Es inevitable recordar el
Breve Pontificio de Juan XXIII Salutiferae Crucis, de 1960, que eleva a
Basílica la primitiva Abadía y el muy expresivo mensaje con que saludó su
bendición como tal y en el que ruega por las almas de cuantos
fraternalmente unidos duermen en el Santuario su último sueño.
En definitiva, contra lo que dispone el artículo 1.2 del proyecto, que
anuncia medidas destinadas a suprimir elementos de división entre la
ciudadanía, el proyecto incide precisamente en resucitar tales elementos de
división. Si, como proclama en su preámbulo, el consenso de la transición ha sido
la base de la época de mayor esplendor y prosperidad que ha conocido nuestro
país, ¿qué ventajas tiene revisar aquel consenso intentando desfigurar
elementos esenciales de la historia?. Si el Gobierno Sánchez piensa que los
historiadores presentes y futuros van a dar por definitiva su versión de los
acontecimientos, comprobará su error más pronto que tarde, pero mientras tanto
habrá vuelto a introducir en nuestra convivencia factores de división y no de
concordia.
Ya me he referido al nuevo carácter de cementerio civil de la Basílica del
Valle de Cuelgamuros y añado ahora que la Ley dispone también que se procederá
a la reubicación de cualquier resto mortal que ocupe un lugar preeminente en el
recinto. Es notorio que, trasladado a la capilla del cementerio de EL
Pardo el féretro de Francisco Franco, el único resto mortal que ocupa en aquel
templo un lugar preeminente es el de José Antonio Primo de Rivera. Se da, sin
embargo, el caso, de que el impresionante testamento redactado el 18 de
noviembre de 1936, al día siguiente de ser condenado a muerte, contiene en su
primera cláusula el deseo de ser enterrado conforme al rito de la religión
católica, apostólica, romana que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de
la Santa Cruz.
La pregunta es inevitable: ¿Cree el Gobierno de España que tiene
atribuciones para ignorar de modo tan explícito la voluntad expresa de un
difunto? Por lo demás, si es verdad que el legislador tiene voluntad de
reconciliación y su propósito es fomentar la cohesión y solidaridad de los
ciudadanos y evitar la división entre la ciudadanía, no parece muy coherente la
humillación que para muchas familias españolas supone la nueva norma. No estoy
seguro de que la Ley de memoria democrática me permita decirlo, pero un español
de mi edad, aun no habiendo sido militante falangista, no puede aceptar en
silencio que José Antonio Primo de Rivera sea hoy un elemento de división, un
motivo actual para la discordia a un símbolo que constituya para nadie
expresión ofensiva o de agravio.
José Antonio, joven aristócrata, guapísimo y seductor (Imperio Argentina),
un perfecto caballero (Victoria Kent), enamorado de las bellas artes (Mariano
Benllure), abogado y verdadera gloria del Foro español (Francisco Bergamín),
entró en la vida política para defender la memoria de su padre, el dictador
calumniado después de muerto. Magnífico jefe (Georges Bernanos), pese a su
atención inicial al movimiento de moda en Italia, se negó a ser el líder
fascista que muchos deseaban. Como ha explicado Maurice Bardéche, no perdió
ocasión alguna de decir que él no era fascista, en el sentido que los italianos
y los alemanes entienden esa palabra y, en efecto, en un artículo de abril de
1936, proclama José Antonio que su movimiento jamás se ha llamado fascismo, ni
en el más olvidado párrafo del menos importante documento oficial, no en la más
humilde hoja de propaganda.
Si es fascista quien considera que está en posesión de la verdad, es
imposible atribuir ese carácter a Primo de Rivera, una de cuyas más altas
virtudes era su reacción de generosa cordialidad frente a los que no pensaban
como él (Gregorio Marañón Posadillo). Fue la figura española que hizo realidad
nacional el pensamiento de Ortega (Pio Baroja).
Escribió en tres años -entre los treinta los treinta y tres de su edad- más
de dos mil doscientas páginas de artículos y discursos de singular elocuencia y
de un castellano espléndido, fue condenado a muerte a un implacable crimen
político (Lerroux), se enfrentó al fusilamiento con templanza perfecta (Julián
Zagazagoitia), redactó un testamento impresionante, lección de virtud (Pedro
Cantero Cuadrado), rara muestra de literatura sublime (Blanca de los Ríos), en
el que desea que sea la suya la última sangres española que se vertiera en
discordias civiles. Le dedicaron sonetos Marquina, Manuel Machado, Pemán y
Gregorio Diego. ¿Alguien conoce a un español de treinta y tres años que se le
pueda comparar?
Lo curioso y significativo del tema es el respeto que suscitó, no ya de sus
seguidores, sino de sus más importantes adversarios. En el Laberinto español
escribe Gerald Brenan que hasta sus enemigos, los socialistas, no podían
por menos de tenerle cierto afecto y en La guerra civil española repite Hugh
Thomas que hasta sus enemigos “marxistas” se veían obligados a reconocer su encanto
personal. Es bien conocido que Indalecio Prieto, que se opuso a que el Congreso
de los Diputados concediera el suplicatorio para procesarle por supuesta
tendencia ilícita de armas, dijo literalmente, en la sesión parlamentaria del 3
de julio de 1934: El señor Primo de Rivera ha venido a esta Cámara en
condiciones verdaderamente excepcionales. Tienen que darse cuenta todos los
señores diputados de la pesadumbre que sobre este joven diputado representa la
historia de su apellido…Hubiera irrumpido en la vida pública sin llamarse José
Antonio Primo de rivera como muchacho vigoroso, vehemente, de temperamento
belicoso, si se quiere, y su actuación sería infinitamente más desembarazada;
le traba la responsabilidad que yo considero una pesadumbre de su apellido…La
política del señor Primo de Rivera -sigue diciendo Prieto- no tiene encaje
posible en la realidad: Hay una posición plenamente romántica, teñida de amor
patrio, de un españolísimo, quizá excesivo desde mi punto de vista, que le
quiere conducir a soluciones fraternales, amorosas, de una cordialidad que
pudiéramos considerar supra humana y, sin embargo, el señor Primo de Rivera
enfoca su principal actividad ala organización de grupos armados propensos a
todas las audacias.
En su agradecida respuesta, José Antonio, aparte de negar ser un
sentimental, o un romántico, o un hombre combativo, y recordar que España
necesitaba una justicia social y un sentido nacional profundos, rechaza de
manera terminante haber iniciado la violencia: Mis primeras actuaciones fueron
completamente pacíficas; empecé a editar un periódico y empecé a hablar en unos
cuantos mítines y, con la salida del periódico y con la celebración de los
mítines, se iniciaron contra nosotros agresiones cada vez más cruentas…Jose
Antonio, aseguran que ni él ni sus compañeros buscaron nunca la violencia y que
fue la violencia la que vino a buscarlos a ellos. Prieto, que no replicó a nada
de esto, había empezado por reconocer que tal y como se estaban poniendo las
cosas, había que extremar los casos de defensa personal y de prevención y que
si hicieran un registro en su casa, no encontrarían menos armas que las que
consideraban ilícitas en manos de Primo de Rivera. Habría que recordar también
que un tercio de siglo después, en carta al entonces Ministro británico de
Asuntos Exteriores, Anthony Eden, Indalecio Prieto recuerda que debía la vida a
ese joven impetuoso y bien intencionado, porque él y su gente me custodiaron
hasta i domicilio una noche en que algunos, que se decían correligionarios
míos, habían acordado “abolirme”.
Concluyo reproduciendo palabras de Prieto: es necesario un esfuerzo
generoso en busca de puntos de concordia que hagan posible la convivencia,
tratándonos como hermanos y no peleando como hienas… Conviene a todos leer y
releer el evangelio, a unos para recordarlo y a otros para aprenderlo. Desde
luego bastan sus máximas para componer plegarias conmovedoras impetrando la
reconciliación de los españoles. Con amor verdadero se logran cosas que parecen
más imposibles. Pero no se podrá dar un solo paso en firme antes de que todos
confesemos, arrepentidos, nuestras culpas, sin importarnos que éstas nos
anulen, porque los hombres -vencedores y vencidos- pasan y España queda.
O debe quedar. Y a fin de que quede España, la concordia ha de extinguir los
rencorosos afanes de mutua venganza.
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