ESTA Redacción tiene el gusto de insertar dos interesantísimas y eruditas colaboraciones sobre una de las modas más tontas, sinsentido y soeces, y desde luego ofensivas contra las milenarias festividades cristianas más hermosas como son Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de Difuntos (día 2): tal es la reciente moda de Halloween.
Además, los hay que aprovechan para ofender directamente la Fe cristiana, la única que salva a la persona desde su intimidad hasta el ser completo que somos. ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Cuál es el sentido de la persona en esta tierra? ¿Culmina el hombre en sí y por sí mismo, o bien es el amor de Dios el que se abaja y Quien le hace culminar? ¿Podemos los hombres salvarnos solitos? La autosuficiencia del que sea o no guapo, rico y con salud... es una forma más de frivolidad: claro que mientras aquella dure.
También los amigos de hacer negocio -la buena bolsa necesita fiestecillas paganas- utilizan esa noche como pretexto mercantil.
Pues bien, lo importante de esta entrada es el artículo que con gusto insertamos para recreo del amable lector. Nota de la Redacción.
A PROPÓSITO DE
HALLOWEEN
LA OBRA de Séneca Apocolocyntosis
divi Claudii, que podría traducirse como “La calabacificación del divino
Claudio” (“apocolocyntosis” es voz griega que viene a significar `conversión en
calabaza de una cabeza humana´) es el único ejemplo de sátira menipea hoy
conservado en la literatura latina. Este título de la obra parece formado por
las palabras ἀπὸ y κολοκύντη, que podrían indicar una transformación en
calabaza y un juego de palabras de la voz κολοκύντη vinculada con “estupidez”,
pudiendo interpretarse como "la deificación de la estupidez". Vemos
así que, desde la tradición cultural grecorromana, las calabazas y la estupidez
se vienen dando la mano, como cuando alguien saca una calabaza en un examen.
Por
otro lado, desde la más temprana liturgia católica muchas festividades
importantes tienen su víspera, cuyo simbolismo ha de buscarse en la “Liturgia
de las Horas” y concretamente en las denominadas Laudes y Vísperas, evocadoras
del misterio pascual: «Por la tarde el
Señor está en la cruz, por la mañana resucita... Por la tarde yo narro los
sufrimientos que padeció en su muerte; por la mañana anuncio la vida de él, que
resucita» (San Agustín, Expositio in
Psalmum XXVI).
Igualmente
muchas fiestas tenían su víspera, cuyo simbolismo ha de buscarse en la
“Liturgia de las Horas” y concretamente en las denominadas Laudes y Vísperas,
evocadoras de los dos aspectos esenciales del misterio pascual: «Por la tarde
el Señor está en la cruz, por la mañana resucita... Por la tarde yo narro los
sufrimientos que padeció en su muerte; por la mañana anuncio la vida de él, que
resucita» (San Agustín, Expositio in
Psalmum XXVI).
Si,
antiguamente, después de la puesta del sol, al encenderse los hogares, se
producía un ambiente de alegría en las casas, es comprensible que esto pasara a
la comunidad cristiana que, cuando encendía la lámpara al caer la tarde,
invocaba con gratitud el don de la luz espiritual. Se trataba del «lucernario»,
es decir, el encendido ritual de la lámpara, cuya llama es símbolo de Cristo:
Sol sin ocaso.
Inspirándose
en el simbolismo de la luz, la oración de las Vísperas se
ha desarrollado como sacrificio vespertino de alabanza y acción de gracias por
el don de la luz física y espiritual, y por los demás dones de la creación y la
redención. San Cipriano escribe: “Al caer el sol y morir el día, se debe
necesariamente orar de nuevo. En efecto, ya que Cristo es el sol verdadero, al
ocaso del sol y del día de este mundo oramos y pedimos que venga de nuevo sobre
nosotros la luz e invocamos la venida de Cristo, que nos traerá la gracia de la
luz eterna” (De oratione
dominica, 35).
Sin
embargo nada hay que no pueda corromperse y degenerar a extremos ridículos o
devenir absurdos espantajos como el inminente “halloween”. Así, etimológicamente,
“Halloween” significa "All hallow's
eve", palabra que proviene del inglés antiguo, y que significa "noche
o víspera de todos los santos", ya que se refiere a la noche del 31 de
octubre, víspera de la Fiesta de Todos los Santos. Sin embargo, a la antigua
costumbre anglosajona fue difundida en el Nuevo Mundo por emigrantes irlandeses
que la introdujeron en los Estados Unidos, donde llegó a ser una parte del
folklore popular a la que se fueron sumando otras supersticiones y elementos
paganos tomados de los diferentes grupos de inmigrantes hasta llegar a incluir
la creencia en brujas, fantasmas, duendes, Drácula y monstruos de toda especie.
Y, desde los Estados Unidos, esto se ha propagado por todo el mundo gracias a
las pantomimas hollywoodenses que tan fácil se asimilan
por una sociedad y juventud que, como las actuales, reniegan de sus valores y
desprecian su cultura, perdiendo su
radical sentido religioso para celebrar en su lugar la noche del terror, de las
brujas, los fantasmas y toda una variopinta caterva de engendros más o menos
monstruosos.
Hoy cabría, hacer una cierta crítica del esperpento de los
disfraces y cuestionar y hasta ridiculizar la necesidad de recurrir a
anticuados príncipes valacos, como Vlad
Drăculea (1431-1476), más
conocido como Vlad el Empalador, las momias egipcias, el mito del licantropismo, y
otras criaturas de la novela gótica, si por nuestras calles campean otros
monstruos de carne y hueso como los profesionales sanitarios y otros
trabajadores de esa mafia que, en muy diversos establecimientos, vertebra por
la geografía de España toda la lucrativa, horrenda y nada jocosa “Munsters Family” del abominable crimen del
aborto.
Así, el Halloween marca un retorno al antiguo paganismo,
porque este rito se inició con los celtas, antiguos pobladores de Europa
Oriental, Occidental y parte de Asia Menor, cuyos druidas, sacerdotes paganos
adoradores de los árboles y creyentes en la herética metempsicosis, sostenían que, si
bien las almas se introducían en otro individuo al abandonar el cuerpo, el 31
de octubre volvían a su antiguo hogar a pedir comida a sus moradores, quienes
estaban obligados a hacer provisión para ella. Esto guarda, a su vez,
coherencia con el calendario celta, porque el año céltico concluía en esta
fecha que coincide con el otoño, cuya característica principal es la caída de
las hojas. Para ellos significaba el fin de la muerte o iniciación de una nueva
vida. Esta enseñanza se propagó a través de los años juntamente con la
adoración a su dios el "señor de la muerte", o "Samagin", a
quien en este mismo día invocaban para consultarle sobre el futuro, salud,
prosperidad, muerte, entre otras cuestiones. Y como la cristianización céltica
no fue completa, esta coincidencia cronológica de la fiesta pagana con la
fiesta cristiana de Todos los Santos y la de los difuntos, que es el día
siguiente, hizo que se mezclara y, en vez de recordar los buenos ejemplos de
los santos y orar por los antepasados, se aterraban ante las antiguas
supersticiones sobre la muerte y los difuntos.
A estos mismos orígenes de superstición e ignorancia debe
remontarse la dichosa calabaza que ahora atiborra cualquier escaparate y
establecimiento, sea como adorno o mercadería. El hecho de que niños y no tan
niños vayan de casa en casa niños se disfracen y vayan -con una vela
introducida en una calabaza vaciada en la que se hacen incisiones para formar
una calavera- berreando de casa en casa eso de Cuando "trick or treat" (broma
o regalo), tiene su origen en otra antigua leyenda irlandesa que narra como la calabaza iluminada sería la cara de un tal Jack
O'Lantern que, en la noche de Todos los Santos, invitó al diablo a beber en su
casa, fingiéndose un buen cristiano. Como era un hombre disoluto, acabó en el
infierno.
Esto da fundamento para no pocas consideraciones literarias
ulteriores, porque, si reparamos adecuadamente, de dicho sacrílego convite
irlandés a la tradición del, inicialmente sevillano y hoy universal, mito de Don Juan, sus ecos
del histórico de Miguel Mañara, y la evolución
al Convidado de Piedra, ferazmente y universalmente recogido en la literatura
propia de estas fechas, el paso del hecho religioso y del acervo cultural a la
actual y paganizada neoculturización hollywoodense no sería tan grande y bien merece
que, como en la película Bienvenido, Mister Marshall , nos cuestionemos qué pueden realmente
aportarnos a nosotros esos americanos.
Pedro Sáez Martínez de Ubago
No hay comentarios:
Publicar un comentario