para la oración y el recuerdo
Nueva fuente de historia oral que ofrece vidas y situaciones impresionantes.
Un pueblo cristiano, recio y sacrificado.
Los hermanos Joaquín y Dimas
Aznar Zozaya.
De Javier (merindad de Sangüesa).
“Hermanos
en vida y en muerte”. Justa expresión ésta que en pocas palabras refleja un
paralelismo entre ambos hermanos. Algún móvil muy elevado tuvieron como para
que ambos dejasen todo (padres, hogar y labores cotidianas) seguramente con muy
pocas palabras pero según verdad, a pesar del perjuicio que podían causar a su
familia. Por lo que se aprecia, fueron mozos de obligaciones y hechos, que
obras son amores y no buenas razones.
Nacieron
en el pueblecito de Javier, situado a los pies de la sierra de Leyre y
emplazado entonces enfrente del castillo
sobre su actual explanada. Lo habitaban 14 familias, entre ellas los Aznar
Zozaya. Junto al castillo, utilizado como corral donde con toda naturalidad se
guardaban las cabras, y después transformado en lo que hoy es, había un hermoso
colegio seminario de los PP. Jesuitas. A veces llegaba al pueblo la duquesa de
Villahermosa.
En la explanada de este castillo medieval se encontraba el pueblo de Javier, hoy trasladado a unos pocos kilómetros. Foto: JFG2016 |
Los Aznar Zozaya eran labradores y en las labores de campo todo brazo era necesario.
Joaquín
nació el 18-VIII-1913 y Dimas –casi año y medio más joven- el 25-III-1915.
Sus
padres se llamaban Celestino Aznar Pascual y Clarencia Zozaya Villanueva. Tuvieron
tres hijos más: Victorio que nació el 11-XI-1911, Petra el 6-VI-1924 y María
Luisa el 31-I-1927. Los dos primeros permanecieron solteros y vivían con sus
padres. Esta última tuvo tres hijas de su matrimonio y residió en Zaragoza. Así,
“sin alardes, fueron todos ellos educados en los valores cristianos y de
defensa de la Religión y la Patria” –nos dice Mª L. N. A.-.
Los
tres hijos varones “eran excelentes cantadores de jotas navarras y (…) cuando
llegaba la señora duquesa a su casa del pueblo los llamaban para amenizar los
actos de bienvenida”.
De
Celestino puede decirse que repetidas veces tuvo que aceptar los acontecimientos tales como: la marcha de sus dos hijos
al Frente (a la que no se opuso), la segunda marcha de Joaquín de nuevo al Frente
(que respetó), la muerte de ambos y, en 1961, que los trasladasen del cementerio del pueblo
a la cripta del Monumento de Navarra. Ello muestra que por entonces cada cuál
hizo sus sacrificios por un bien muy superior.
Joaquín sirvió en el Tercio de
Lácar como alférez, ascendiendo por méritos de guerra. Murió en el frente de
Levante el 2-VII-1938. Tenía casi 25 años y no 22 como alguien ha escrito.
Dimas sirvió en la primera
Bandera, primera centuria, llamada “La Calavera”, en calidad de sargento, ascendiendo
también por méritos de guerra. Se incorporó a ella el 26-VII-1936. Combatió en
el cinturón de hierro de Bilbao. Antes de morir su hermano Joaquín,
“fue
herido de gravedad en el campo de batalla, fueron a recogerlo al hospital para
tenerlo más cerca y quedó con una pierna más corta que la otra, motivo por el
cual, lo destinaron una vez recuperado a llevar prisioneros de guerra del otro
bando en camiones y él dijo que ni hablar que se volvía al frente del cual ya
no volvió con vida” (testimonio de Mª L. N. A.).
Impresionante. Dimas murió en el frente de
Alfambra el 14-V-1938. Tenía 23 y no 21 años.
Ambos
hermanos eran muy valientes, concienzudos y ascendieron por méritos de guerra. Fueron
enterrados en el cementerio de Javier. En 1961 los trasladaron al monumento de
Navarra, realizando los padres un nuevo sacrificio por el bien común. Así
cuenta una nieta de don Celestino, el padre de los mártires:
“Mi
abuelo una vez más, aceptó los acontecimientos, no se opuso a que los
desenterraran en Javier y los llevaran al Monumento. Si que comentó, desde la
percepción de la distancia que él tenía que era como perderlos de nuevo. Para
mis abuelos era más importante tenerlos cerca que irlos a ver al cementerio y
rezarles junto a sus tumbas cuando salían al campo o en la fiesta de los
difuntos que los honores y perdían con el traslado esa posibilidad de nuevo”
(Mª. L. N. A.).
Además
de la información general que hemos recabado, tenemos dos aportaciones de
singular interés, sobre todo la segunda. La primera es del P. Recondo S.J. –al
que conocí personalmente al prestarme varios libros sobre las peregrinaciones-,
y la segunda de una sobrina de los dos voluntarios. En la primera redacción de
estas semblanzas sólo poseía la primera carta que se encuentra en el archivo de
la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, y la consideré fiable y
suficiente para un primer acercamiento al tema. Sin embargo, al obtener la
segunda aportación de una sobrina (Mª L. N. A.) de los dos voluntarios, he de
reconocer que la información del jesuita resulta improcedente y escasa. A dicha
segunda nos referiremos repetidamente.
Sarcófago de la cripta del Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada, donde reposan los restos mortales de los "Hermanos en vida y en muerte". Foto: JFG2015 |
¿Por qué la información del P. Recondo es del todo insuficiente? Por una parte, la
diferencia cultural entre el P. Recondo y la familia Aznar Zozaya era
lógicamente muy grande. Ello podría generar grandes distancias. El P. Recondo
proyectó importantes cambios en el castillo de Javier, fue escritor y tuvo una
sólida formación, mientras que el abuelo Celestino –hombre de pueblo y dedicado
a las labores del campo- conocía con toda naturalidad la situación del castillo
de Javier convertido en corral de cabras. No obstante, esta diferencia cultural
es del todo insuficiente.
¿Por qué no se trata de una diferencia cultural? Digamos que porque el
informante pudo establecer una cercanía con la familia Aznar en el transcurso
de la vida y no lo hizo. Igualmente pudo acercarse a la familia Aznar Zozaya
para buscar la información solicitada por el Prior de la Hermandad. No le era
difícil andar los 500 metros que había entre el colegio de los jesuitas y la
casa de los Aznar. De hacerlo, hubiera obtenido una jugosísima información y no
hubiera tenido la necesidad de recurrir al Ayuntamiento. Más todavía: en un
pueblo de 14 familias,
“(…)
no hace falta ser detective para conocer la vida y milagros de cada uno. Si el
mencionado jesuita hubiera procurado tender puentes con mis tíos, seguro que
ellos le hubieran contado anécdotas como las que a mí me contaron respecto a la
forma de ser y gestionar las emociones de mis abuelos y de lo que conocían de
sus difuntos hermanos”.
En
conclusión, la falta de comunicación era –según el segundo testimonio- “clave
de la desinformación que tenía” el P. Recondo, que no era nacido en la merindad
de Sangüesa sino de Zarautz (Guipúzcoa).
Vayamos
con dicha primera aportación. Se trata de la
carta informativa muy breve del P. José María Recondo -famoso jesuita del
colegio-seminario de Javier- al prior de la Hermandad de Caballeros Voluntarios
de la Cruz. El motivo fue la solicitud de información que dicho prior le solicitó
el 2 de agosto de 1961. La carta informativa del P. Recondo es del día 14. En
sus escasas pesquisas, el P. Recondo obtuvo lógicamente muy pocos datos. De lo
que éste escribe se deduce que los padres poco sabían de la actuación de sus
hijos:
“Las
indagaciones acerca de los voluntarios de Javier han sido de poco resultado.
Pertenecen a un medio muy rudo, del que es difícil extraer datos. Sus padres
poco saben de los dias en que salieron al frente y de las respectivas
actuaciones. Hasta ignoran las unidades en que sirvieron y ha habido que
recurrir al Ayuntamiento” (P. Recondo al prior el 14-VIII-1961).
El
jesuita también afirma de oídas que los antecedentes políticos del padre eran dudosos. ¿Por qué? ¿Sería por haber
salvado a un vecino republicano? ¿Sería por el detalle que se recoge a
continuación? El documento dice así:
“ANTECEDENTES
POLÍTICOS DE SU PADRES. Dudosos. Se sabe que al ser enterrados sus hijos en
Javier lejos de asistir al sepelio, a la misma hora de la conducción y delante
de todo el duelo y con ostentación salió de casa con la azada al hombro camino
del huerto”.
En
efecto, resulta chocante esta extraña actitud del padre de dos hijos voluntarios.
Para aclararla, diremos que no fue por marcharse ellos de casa con mayor o
menor oposición paterna ya que no hubo tal oposición, ni por tener el padre otra
opinión ya que no era republicano. Diremos más bien que sería un modo de contener
el mucho dolor y la resignación ante dos hijos muertos en la flor de la vida,
más dolor que el que un sepelio puede aguantar. Contrariedad también porque el
trabajo de campo necesitaba fuertes y activos brazos, y quién sabe si también cuestiones
temperamentales, como mostrar la fortaleza de que “aquí no ha pasado nada” o la
desgana producida por un mundo caído que
ya nunca podrá levantarse.
Vayamos
con la segunda aportación, de una nieta de
Celestino y sobrina de los dos mártires. Esta ofrece, con buena pluma y una
fresca narración, una información sana y completa, con algunas correcciones a la
rápida información de nuestro jesuita.
¿Qué decir del comportamiento de Celestino, padre de los dos
hermanos? Nuestra
información de historia oral dice así:
“Ellos
(sus hijos que sobrevivieron a la guerra) sabían por ejemplo que al estallar la guerra, poco
más o menos, siendo alcalde del pueblo mi abuelo, llegaron las brigadas de Sangüesa
para llevarse preso a un vecino con fama de republicano, mi abuelo salió en su
defensa, no porque compartiera su ideología, sino porque quiso evitar rencillas
y represalias con ninguno de sus vecinos y les dijo a los brigadistas que se
fiaran de él que daba fe de que el vecino en cuestión era buena persona, que no
iba a hacer ningún mal, que no se lo llevaran porque tenía muchos hijos y hacía
falta en su casa y los brigadistas respetaron a mi abuelo. Si hubiera sido
dudoso ideológicamente, con toda posibilidad se los hubieran llevado a ambos,
pero el asunto se resolvió por las buenas y como mucha represalia le requisaron
al vecino el aparato de radio”.
A
continuación se explica cómo vivió la familia Aznar
Zozaya el sacrificio de sus dos hijos. Fue de esta manera: :
“Puedo contarle al respecto que mis abuelos
sufrieron tal trauma en sus vidas con la pérdida de sus hijos, que mi abuelo
sólo era feliz yendo al huerto, y a cazar por los montes de Farrandillo y que
mi abuela desconectó totalmente de la vida, relativizaba todo y le daba lo
mismo que diluviara o que hubiera sequía, se vida quedó reducida a coser y
rezar un rosario tras otro junto al hogar. Recobraba algo de alegría cuando
llegaba la matacía (matanza) porque colaboraban en las labores de
condimentación y elaboración de los alimentos que serían el sustento para todo
el año. De todo lo demás se ocupaban sus hijos Victorio y Petra”.
Este
simpático y fresco testimonio continúa con estas palabras:
“No
les gustaba a ninguno de los dos hablar de la guerra ni de sus consecuencias
para ellos era reabrir una herida sangrante. Para ellos el Universo acababa en
el alto de Javier en la carretera de Sangüesa, en las orillas del río Aragón
que discurría y pasa junto a los huertos, en Yesa, Leyre y Undués de Lerda.
Entre ese muro emocional, con su ignorancia geográfica y cognitiva, y el paso
de los 23 años (…)”.
¿Qué podía explicar su ausencia del abuelo Celestino en el sepelio
de sus hijos?:
“En
las conversaciones con sus vecinos más próximos en el banco de piedra junto a
la entrada de la casa, se lamentaba a veces de que las familias que prosperaban
eran las que tenían hijos para trabajar la tierra. El los había perdido y se
había quedado sin futuro y lo más importante sin hijos. Los honores y
reconocimientos, no se los devolvían de modo que no le servían de mucho”
Desde
luego, dicha ausencia no la justificaban ni las opiniones del abuelo Celestino,
que no eran republicanas, ni su oposición a que los hijos fuesen al frente,
pues “Mi abuelo no se opuso jamás a las decisiones de alistarse de sus hijos ni
a la de volver de nuevo al frente Joaquín”.
El sarcófago con los restos de los dos hermanos se encuentra entre la 1ª y 2ª Estaciones del Vía Crucis. Foto:JFG2016 |
Los padres no se desentendieron de sus hijos que estaban en el
frente:
“A
pesar de las dificultades de comunicación, generalmente por carta, durante la
contienda y de la lejanía de un pueblo recóndito y pequeño, mis tíos sabían que
Dimas había combatido en el cinturón de hierro de Bilbao, conservaban una
fotografía suya junto a otro camarada tomada creo que en la localidad
guipuzcoana de Deva, cerca de Zarautz de donde era el P. Recondo, le hubieran
dicho que antes de la muerte de Joaquín, fue herido de gravedad (…)” y lo
recogido líneas antes.
Pero
volvamos a la correspondencia entre el Prior y el P. Recondo, en la que el
primero le comunica lo siguiente:
“Finalmente
me permito rogarle diga al padre de esos mártires que tengo en mi poder el
gorro que llevó el féretro que transportó los restos de sus hijos y que si
quisiera se los enviaría a Javier o de lo contrario lo guardaré para que
permanezca durante las fechas sobresalientes en las cuales esta Hermandad
celebre actos especiales sobre el mausoleo que encierra los restos de sus hijos
juntamente con la boina que compraremos para esas ocasiones” (Prior al P.
Recondo, Pamplona 2-VIII-1961).
El
prior se refería al emblema colocado sobre el ataúd el día del traslado al
Monumento, realizado 17-VII-1961. Los restos mortales de ambos hermanos reposan
desde entonces en su hermosa cripta. Portaron el féretro: Victorio Aznar Zozaya
(hermano de los voluntarios), Félix Estremaz Molina, Antonio Estremaz Redín,
Cándido Villanueva Braco, vecinos de Javier y veteranos de la guerra. En la
relación oficial no menciona a don Eusebio Guindano. El féretro iba cubierto
con las banderas Nacional y de Navarra. Llevaba cuatro cintas sostenidas por
dos militares y dos veteranos de guerra. El cortejo fúnebre partió de la
Catedral a las 6 de la tarde, después de permanecer en la capilla ardiente
desde las 6 de la mañana. Detrás de la comitiva iba Petra, hermana de los voluntarios
Aznar, y una tía llamada Fidela Orduña, con la comprensible ausencia –por todo
lo ya señalado- de los padres de dos hermanos.
En
el cortejo, el féretro iba sobre un armón de artillería, que se situaba en el
tercer puesto de la fila de restos mortales que representaban las cinco
merindades, pero delante del voluntario
de Estella, de Mola y Sanjurjo. En el acto realizado enfrente del palacio de la
Diputación estaba a su vez en el último puesto de la segunda fila y a la
derecha del general Sanjurjo.
“Hermanos en vida y en muerte”. Quienes entraron en la cripta con honra no pueden salir del monumento deshonrados. Dicen que el tiempo cura las heridas, pero hoy algunos quieren reabrir las cicatrices: de ello debieran tomar nota los actuales talibanes occidentales. Navarra distinguió a ambos hermanos y a su merindad, pero también se distinguió a sí misma en ellos. ¿Por qué no se va a respetar a estos héroes y mártires, y la situación consolidada durante más de cinco décadas? Ambos eran de Javier; pues bien, el precedente directo de la Javierada diocesana creada por el sr. Obispo mons. Olaechea en 1941, fue el encargo que éste hizo a la Hermandad de Caballeros de la Cruz a modo de ensayo en marzo de 1940, y, el de ésta última, la Javierada espontánea de la Hermandad en diciembre de 1939.
Estos
hermanos no tenían un gran curriculum, pues eran gente sencilla y de pueblo.
¡Cuánto se ensalza al pueblo hoy y cuánto se le humilla! Pero su curriculum
sobrepasa con creces a todos los demás en entrega y generosidad, afán
cooperativo y compromiso, en mirada muy larga a lo Javier. Por algo se dice que
lo que verdaderamente importa es el amor. Y en su caso el amor a lo más elevado
como es a Dios y la Patria. Así lo pensarían ellos. Y queremos ser su eco.
Pamplona,
9-IX-2016
Revisado
y ampliado 24-X-2016
José
Fermín Garralda
Historiador
Fuente: archivo de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz
P.D. Prohibido tomar texto o imágenes sin permiso del autor
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