Hacer verdugos a las
víctimas
Los
totalitarios marchan con el paso firme de oca. Les importa todo un bledo con
tal de imponerse. Lo último en ellos sería dejar el poder. Mienten y hasta con
cinismo cuando entre ellos hay amigos de Stalin y ETA, al llamar “verdugos” a los
de la Hermandad de la Cruz en Navarra.
Que lo digan es un escándalo de juzgado de guardia, y muestra su
guerracivilismo y espíritu talibán.
Desmemoriados,
atemorizan. Buscan que su víctima calle, y se hunda mediante la presión, el
espionaje (juicio en Pamplona del 14-XI a 12-XII-2018 por las escuchas) como si
ellos fuesen comisarios políticos, y el acochinamiento del ciudadano de
tercera.
Buscan
chivos expiatorios del pasado y gente viva a despellejar. Dan miedo a los
buenos, a los que paralizan hasta lograr que, al final, cedan. Tras el hartazgo
del terrorismo etarra y con el “prestigio” que da el ser amigo de ETA, hoy se ahoga
a las nuevas víctimas con un señalamiento mediático.
¿Silencio
ante las escandalosas, antijurídicas y a mala fe, declaraciones por el
cuatripartito del Parlamento de Navarra (12-XI) y el Ayuntamiento de Pamplona
(19-XI), contra la Hermandad de la Cruz?
Detrás anda la secta con su venganza histórica. ¿Silencio ante juego del llamado Diario de Navarra? Ojalá dicha Hermandad
y el arzobispado sean firmes, ayuden y se dejen ayudar.
Ante
la desmemoria, la historia. El diputado a Cortes Joaquín Pérez Madrigal, declaraba en Augurios, estallido y episodios de la guerra civil (Ávila, 1936): “Yo he sido político. Diputado a Cortes en
las tres legislaturas de la República. Sin duda, me corresponden responsabilidades
morales en la consumación de yerros y en la aceptación, como proezas, de no
pocas infamias. Sin embargo, conocido mi origen virulento, de radicalsocialista
impetuoso, maravíllome al verificar la introspección penitencial de mi carácter
y de mis cosas a través de las vicisitudes políticas del quinquenio abominable.
Yo no me equivoqué sino en la época inicial, en la que España entera se
equivocó unánime. Después rectifiqué (…). De la pasión viré a la reflexión; del odio ciego, irrazonado, a la
contemplación cordial y reposada; de la negación sistemática demagógica,
iconoclasta, a las afirmaciones categóricas del derecho a la vida, al amor, a
la fe. De la jauría huí para vivir en sociedad, de la horda, volví a la
familia; de la tribu a la patria… Y serví a estas ideas, a estos sentimientos
fundamentales, con ansia de reparar (…).
¡Estoy contento!” (p. 265).
En
1936, “Ya no eran formas de gobierno, ni
posiciones de partido, ni invocaciones jurídicas a principios constitucionales,
legales, ni naturales. (…) Ya no había Estado. Ni Cortes. Ni Gobierno. Ni
Tribunales de Justicia. Ni Policía. Ni Guardia Civil. El presidente del Consejo
de Ministros había dicho solemnemente que ‘el gobierno era beligerante’.
Siéndolo el gobierno, lo eran todas sus instituciones, todos sus agentes, todos
sus funcionarios (…). Comunistas, sindicalistas, socialistas y demás fracciones
de izquierda, subtentáculo hirviente de aquél “gobierno beligerante” (…)”
(p. 21-22). La pésima política servía a la Revolución.
Para
Casares Quiroga “Los culpables son
siempre otros. El gobierno se lava las manos”. Casares, responsable de una “siembra calculada de crímenes, enderezada a
cosechar efectos y beneficios políticos” (p. 55), dio armas al marxismo en
julio de 1936: “la guerra de España contra Rusia acaba de estallar” (p. 88).
Viajando
a Navarra a fines de junio de 1936, el diputado a Cortes Pérez Madrigal vio “pintarrajeadas de hoces, martillos y
carteles vivos con textos de llamada al combate” las paredes de la estación
de tren de Alsasua (p. 59). Luego dirá a los de Mañeru: “Estoy conmovido. Allá abajo, en Madrid, nos hemos pasado la vida
escarneciéndoles a ustedes, tomándoles el pelo por retrógados, cavernícolas,
absolutistas feroces y por fanáticos intransigentes. Ahora compruebo la
injusticia. Injuriábamos, denigrábamos a lo más recio y auténtico de España.
¡Ah, si no fuera por Navarra! Es aquí donde aprende uno a tener fe, generosidad
de sentimientos, humildad de carácter, y, también (…) se aprende entre ustedes a amar y practicar la libertad, escrupulosamente
diferenciada del libertinaje y del desmandamiento” (p. 94).
Para
la izquierda proletaria, “La República
democrática, el Estado pequeño-burgués, eran tanto más despreciables cuando más
demostraban su impotencia para acabar con el fascismo” (p. 51). Para ella todos
eran “fascistas” y había que elegir entre estos o el Comunismo, siendo el
Gobierno prisionero de las organizaciones revolucionarias (p. 130, 147).
Para
1937 y en Madrid, se editaba la obra de Lenin: Dos tácticas (La socialdemocracia en la Revolución democrática). Los
comunistas actuarían desde abajo sobre el gobierno burgués, y desde arriba para
desbordar a la burguesía su aliada, en un llamamiento al empleo activo y
radical de la fuerza y a la dictadura del proletariado: “las grandes cuestiones de la libertad política y la lucha de clases,
las resuelve únicamente la fuerza y nosotros debemos preocuparnos de la
organización y preparación de esta fuerza y de su empleo activo, no sólo
defensivo, sino también ofensivo (…) hay que prepararse para las acciones ofensivas
más enérgicas (…) para ello el proletariado debe estar armado” (p. 16) y “emprender enérgicamente la obra inaplazable
de la insurrección” (p. 52), para aplastar por la fuerza y vencer “la pasividad de la burguesía inconstante”
(p.72). Recuerden las revoluciones de 1934 y tras el 12-II-1936… que escupen lo
que ellos son y que se esconden detrás del pueblo.
Fermín de Musquilda
Tomado del quincenal navarro católico "Siempre P'alante" nº 817 (1-XII-2018)
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