La imposición de la verdad del partido como suma de acracias dirigidas.
Los teóricos o ideólogos de hoy -cada vez son menos- nos ahogan entre medias verdades por un lado, y por trucar esas aspiraciones universales de justicia que deben estar vinculadas lógicamente a una Verdad liberadora por otro.
Ahogan porque convierten su propio subjetivismo y relativismo en algo objetivo, universal y hasta evidente, y atraen porque ofrecen una verdad controlable y creada por el hombre, ante a la necesidad del hombre de una verdad plena y que le salve. ¡Y hay de aquel que afirme algo distinto e ellos, aunque pensar así resulte vacío y contradictorio!
Y todo por arte de magia del irracionalismo innato a un acto de pasión y a los acostumbrados apriorismos, convertidos gratuitamente en un fruto racionalista. Quisieran que este racionalismo emergiese del sano y limpio o desinterasado ejercicio de la razón, pero más bien es fruto de la combinación caprichosa y no pocas veces forzada de palabras humanas que -orgullosicas- se consideran creadoras del bien y la verdad. No pensamos aunque decimos que sí pensamos quiebra el principio de no contradicción.
Por eso, el libro de Michael Hardt y Antonio Negri titulado Multitud, con un complicado subtítulo Guerra y democracia en la era del Imperio (Barcelona, Ed. Debate, 2004, 462 pp.), es un mar de palabras evocadoras con un lenguaje nada representativo y sí expresivo, un totum revolutum, que más que convencer pretende vencer. ¡Y hay de quien diga algo distinto!
Imaginénse un poder absoluto y más todavía si es total (totalitario), que confunde categorías humanas y divinas, que se considera creador de la verdad y juez universal, que mezcla lo bueno y lo malo para desorientar y hacer dialécticas que conduzcan a caminos insalubres, que crea que puede informarse de todo, planificar todo y dar directivas sobre todo. Así estamos perdidos. La refutación clave a esto es decir que el hombre no crea la verdad sino que la descubre. Es un ser abierto. Ni lo crea por acuerdo, ni en un momento dado, sino paulatinamente originando civilizaciones seculares enraizadas en la metafísica, la experiencia y las buenas costumbres hechas ley.
Una de las páginas inteligibles del espeso libro de Hardt & Negri dice así:
"Las diversas reivindicaciones ante la falta de derechos y de justicia en el sistema global que hemos enumerado, evidencian que las nuevas instituciones de justicia tendrán que ser independientes del control de los estados-nación (...) A la hora de promulgar principios universales de justicia o de derechos humanos en el plano global deberán estar fundamentados en unas instituciones poderosas y autónomas. Una propuesta lógica, por ejemplo consistiría en ampliar el proyecto del Tribunal penal Internacional que hemos descrito concediéndole jurisdicción global y poder para aplicarla, quizás vinculada con las Naciones Unidas".
Según esto, hay recelo de lo que llama los Estados-nación, se opta por el internacionalismo, se recela de la ONU, se afirma que hoy falta protección de derechos y justicia. No les falta razón cuando el fundamento de los derechos y la justicia se coloca inmanente -no trascendente- al hombre, y finalmente está a merced de su voluntad o la de algunos. Tampoco le falta razón cuando vemos infinidad de derechos y anhelos de justicia quebrados, aunque en realidad no sean precisamente las denuncias de estos autores.
"Una propuesta estrechamente relacionada con la anterior para instituir justicia global propone la creación de una comisión de la verdad internacional o global. Una institución así podría sustentarse sobre las diversas comisiones de la verdad o de reconciliación nacional ya existentes, y consideraría no solo las alegaciones nacionales, sino también las demandas internacionales por injusticias, determinando sanciones e indemnizaciones. A una comisión global de la verdad, por ejemplo, se le adjudicaría la tarea de estudiar las numerosas demandas de reparación de injusticias históricas perpetradas contra pueblos y comunidades enteras (...) Son casos enormemente complejos, desde luego, porque además de extenderse en el espacio más allá de muchas fronteras nacionales, abarcan largos períodos históricos, pudiendo ocurrir que algunas de las víctimas directas de la injusticia hayan fallecido ya. ¿Ante qué tribunales llevaremos los casos de conquistas, colonialismos y esclavitudes? ".
Castigos, indemnizaciones, pasado histórico convertido en presente, juicios inapelables, hasta la esquizofrenia. Justicieros crueles y para lo que quieren. Y todo en nombre de realidades abstractas como el "pueblo", el "nosotros", la "clase", la colectividad, la multitud sin nombre y fácilmente dirigida por algunos, entre la paralización general -por dejadez o temor- de muchos bienpensantes.
"No está claro, sin embargo, qué acciones legales concretas será preciso iniciar en los casos que hemos citado y otros muchos parecidos. ¿Quién puede ser considerado responsable? ¿Quién ha de pagar a quién, y cuánto? ¿Qué institución tiene autoridad para decidir? En muchas situaciones, el hecho de denunciar públicamente las injusticias históricas sistemáticas es un paso beneficioso, pero admitir las injusticias y pedir perdón por ellas no basta para repararlas. Una comisión global de la verdad podría encargarse de paliar ese déficit. (De paso, no dejaremos de hacer constar, aunque sea entre paréntesis, nuestro escepticismo ante el gigantismo de semejantes proposiciones. Comisiones globales, instituciones globales, agencias globales, no son necesariamente las soluciones más adecuadas para los problemas globales)" (pág. 341-342).
Bien está un conocimiento global de la verdad, pero esto es una cosa y otra crear comisiones. Bien está la necesidad de justicia y reparación, pero siempre en la verdad, y sin forzar la realidad ni de forma extemporánea. Bien está recelar de la globalización de todo, pero no para dar el poder a un núcleo agitador que domine lo inmediato a él, ni para eliminar los cuerpos sociales, las verdades particulares -no por ello contrarias a la verdad objetiva-, las buenas costumbres y derechos personales o sociales. El partido o suma de partidos para crear el Leviathan político hobbesiano considera la politización de toda la realidad y que el hombre es un lobo para el hombre (homo homini lupus). Todo muy protestante.
Aclaremos que no es igual lo social y el socialismo, Estado y estatismo, común y comunismo, libertad y liberalismo. Estos ismos denotan una clara ideologización de la realidad. Ni lo es justicia y justicialismo, justo y justiciero. Estas ideologías quisieran -de creer en él- que los contrarios estuviesen en el Infierno. De ahí el germen de odio, el revanchismo y tanto dolor vano. Con siete asesinados en la familia por Dios y por España nadie me enseñó a odiar, sino a perdonar e ir olvidando para levantar la sociedad.
Apliquemos esto a nuestras circunstancias.
Existe una confederación de partido pequeños cuyos agentes vivieron la revolución maoísta de 1968. Partidos que crean unilateralmente verdades inapelables. Ideologías utópicas y de razón como el nacionalismo -la racionalización del sentimiento- y el marxismo -el racionalismo puro-. Partidos que buscan en la lucha su fundamento y acción de ser. Partidos locales que dominan a toda la población. Partidos que se unen fácilmente "contra" para ocupar el poder, todo el poder, utilizado no para el bien común sino para "su" idea. Partidos que crean su propia legalidad contra la existente, y son esencialmente subversivos. Partidos cuya arma es la palabra cargada de sentimiento y ofensiva, la verborrea, una cascada de palabras, la mezcolanza de aspectos, la descalificación radical, la presión psicológica hasta el terror, el doble poder (legal-ilegal), el lavado de cerebro de la propaganda incluso subliminal. Partidos enemigos de la libertad del otro, y que confunde el activismo con lo que llaman "diplomacia de abajo". Partidos que gobiernan criticando el totalitarismo pero para caer conscientemente en él, llamándole democracia. Partidos basados en la propaganda, convirtiendo sus mitos en una religión paralela.
Esta es la situación peligrosísima en la que han embarcado a Navarra por arte del "todos contra", de hacer una Navarra totalmente nueva, de transformar radicalmente lo existente hasta caer en una huida hacia adelante. La manipulación de la historia, la historia como arma y herramienta, la ideologización de todo, el enfrentamiento está a las puertas, o bien la esclavitud.
Fermín de Musquilda
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